En estos días de marzo, con sus fechas significativas: el día del padre, el día internacional de la mujer o incluso el día de la igualdad salarial, he hablado con muchas personas sobre sus madres, sus padres, sobre cómo fue su infancia y sobre cómo todo esto les ha convertido en los hombres y mujeres que son hoy. Algo tan lógico y sensato no suele, sin embargo, ser tenido en cuenta desde el ámbito económico. La infancia es una etapa en la que se fragua la personalidad de cada individuo y comienza a consolidarse el porvenir de la sociedad.
Cristina Castellanos Serrano. Publicado en Cambio 16
Desde la psicología, la sociología y el ámbito educativo se pone de manifiesto la importancia de la familia como núcleo de convivencia. Es en la familia donde se desarrollará la identidad de la persona, las posibilidades, expectativas y creencias de cada niña y niño que crecerán y se convertirán en protagonistas de las relaciones económicas y sociales del mundo en el que vivimos.
Quizá por deformación profesional, quizá por ser la visión dominante y de continua actualidad, no he podido, sin embargo, dejar de pensar en todas las consecuencias económicas que esta evidencia plantea para nuestra sociedad. ¿Por qué mujeres brillantes dejan de lado, con mayor frecuencia, su desarrollo profesional y hombres sensibles y tiernos no cuidan de sus bebés, de forma tan habitual? ¿Por qué no se consideran los enormes costes para la infancia de que su cuidado dependa principalmente de una única persona? ¿O los costes de que corra peligro su sustento material al crecer en una familia con una sola fuente de ingresos, factor clave que aumenta el riesgo de pobreza infantil? ¿Por qué no se contabiliza social y económicamente esta situación?
¿Por qué hay patrones de conducta que se repiten más frecuentemente en cada uno de los sexos? ¿Por qué no se contabiliza el efecto externo de tanto estrés y frustración que empeora la calidad de vida de las personas, tanto cuando son adultas, como en su niñez y juventud?
Esta reflexión es una de las cuestiones que ha centrado la atención y el debate de la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PPIINA). En la actualidad, no existe una libertad real y legal para que cada individuo adulto y, por tanto, responsable de sus acciones, pueda elegir en igualdad de oportunidades cuidar a su prole al mismo tiempo que mantiene un trabajo remunerado. Esto genera no sólo enormes costes en términos de pérdida de capital humano y capital cuidador, sino también enormes repercusiones para la infancia, cuyo bienestar se pone en peligro.
Por un lado, los padres trabajadores y cotizantes a la Seguridad Social no tienen el mismo permiso remunerado que les permita ejercer el derecho y deber de cuidar a sus bebés. Este derecho es asumido como natural y básico en el caso de las mujeres, por la mera posibilidad biológica de muchas de ellas de gestar, parir y amamantar. Las funciones de cuidado, mucho más amplias, incluyen tareas relacionadas con la nutrición, la educación, el juego, el afecto y la seguridad, y todas ellas necesitan tiempo pare ser aprendidas y llevadas a la práctica. El permiso de maternidad concede a la madre 16 semanas de formación intensiva para aprender a cuidar. ¿Por qué los padres no tienen derecho a ese recurso escaso, quizá el más escaso por ser irreproducible, para aprender esa función complicada que determinará el bienestar del bebé que llega al seno de una nueva familia?